Actipan: el digno pueblo asfixiado

*En el camino, el periodista Aníbal Santiago se encontró a Gabriel Franco -gorrita descuidada, huraño y cigarro en mano- quien cuenta la lucha de la antigua aldea mexica contra sus enemigos sin máscaras pero temibles, la colonias Del Valle, Acacias, Insurgentes Mixcoac y Crédito Constructor

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Al pueblo de Actipan la historia lo metió al ring para que, como pudiera, buscara su salvación. Una crueldad, ha sudado sangre. Solito lucha contra sus enemigos sin máscaras pero temibles, la colonias Del Valle, Acacias, Insurgentes Mixcoac y Crédito Constructor que estrangulan a la antigua aldea mexica. Rascacielos de oficinas, Oxxos, plazas comerciales, Metrobús, vías rápidas, bancos y modernos edificios residenciales lo cercan e infectan como un virus sin vacuna.

Verde, sana, fresca y vigorosa, la palma centenaria que se eleva imponente entre las calles Oso y Recreo es la víctima más visible de la occidentalización de uno de los 10 pueblos prehispánicos de la alcaldía Benito Juárez, hoy cubierto de concreto y antes de 1950 de becerros y labradores que aprovechaban al Río Churubusco que con sus aguas bañaba espléndido los campos. A la palma la fastidian el estrés de Insurgentes y Circuito Interior, con sus conductores amargos de autos ruidosos. Y enfrente, en vez de tener a sus palmas hijitas, padece una competencia desmedida: el altísimo mall vertical de Insurgentes Central (acentúese la e, se dice en inglés) con vidrios polarizados. La palma vive entre cemento pero con dignidad, igual que algunos viejos de estas cuadras. Con su diablito que carga un costal de naranjas exprimidas, veo salir de un zaguán de la calle Elefante a Gabriel Franco (gorrita descuidada, huraño y cigarro en mano).

-Disculpe, estoy queriendo entrevistar a un originario de Actipan.

-¿Es usted historiador?

-No, reportero.

– Pus mire, yo nací aquí, tengo 76 años. Aquí crecí, güero, con una nopalera, una higuera para comer yo todos los higos. Los iba a vender: “A tanto la canasta, ¡órale!”. Todavía mi madre me mandaba buscar caca de vaca. Echas tres cacas, le prendes y no contamina: es leña para coser tortillas.

-Oiga, ¿es cierto que en Actipan había huertas?

-Jajajaja -se carcajea-, ¿cómo sabe? Aquí nunca faltaron las sombras, las higueras y los árboles de manzana, los frijoles, la salsa y las tortillas. Una tortilla grande. ¿Para qué chingados quieres más? Era maíz bueno. Pero de las huertas solo quedó el nombre de la calle: Las Huertas, donde ni una huerta ya hay. ¿Usted es historiador?

– No, no. Reportero.

– Ah. Actipan también era lugar de tabique de lodo. A las 4 de la mañana bailabas descalzo sobre el lodo con agüita, ablandando el lodo como masa. Ahí, baile y baile. Luego metías los tabiques al horno. Le aventabas aserrín con petróleo toooda la noche, y la flama cosía el tabique hasta que se pusiera rojo. Y a cargar el camión de don Sóstenes. Todo Actipan sabe hacer tabique. Bueno, saben los viejos; los que murieron, ya no.

-¿Actipan cómo dejó de ser pueblo?

-Éramos 14 hermanos de misma madre y padre. Llegaba la casa hasta alláaa. Todos teníamos un cuartito: 1-2-3-14. Pero llegó el gobierno y para construir, “¡órale, a chingar a su madre!”. A los de Actipan, San Lorenzo, Axotla y Xoco les pusieron su casa en Meyehualco y los volvieron pepenadores. Este pueblo se vació. Como yo no tuve escuela, ahorita vendo jugo de naranja. Pero antes fui pelotero de pelotas de tenis en el club de ricos que estaba donde está el Walmart, barrendero, bolero, voceador del Ovaciones y en septiembre vendía banderitas. Hice de todo, menos antecedentes penales-, aclara.

Me despido de Gabriel. Me agarra una mano con sus dos manazas como guantes de beisbol, y cuando estoy cruzando la calle me llama: “Güero, ¡venga!”

-Dígame.

-¿Es usted historiador?

-No, reportero.

-Ah, pues vaya aquí a la vuelta. Ahí vive el historiador Enrique Semo. Pregunte al conserje por él, para que se conozcan entre historiadores.

Como soy historiador, no reportero, camino por las calles sin huertas, busco sin éxito señales de lo que Actipan alguna vez fue: tierra de la pulquería La Jardinera despachada por el famoso Gavilán y del Molino de Rosendo Molina, donde los pobladores volvían masa el maíz.

Pero no todo es nostalgia: hay dos sobrevivientes. Uno, los inmemoriales Abarrotes Progreso del finado don Félix, potentado del pueblo. De tan adinerado, cuentan, subía a la azotea a tender los centenarios que lavaba para que relumbraran. Y dos, el templo Santo Tomás de Aquino, con misa diaria a las 12, dominical a las 10 y diario hora santa a las 11. Todos rezan bajo el coro con barandilla de hierro forjado y pasamanos de madera. Preciosura de hace dos siglos.

¿Necesitas una piña dulce? La verdulería Vite de Recreo 48. ¿Te llama un taco de suadero jugosito? El comedor comunitario de Elefante 122. ¿Una queca? Los puestitos de la calle María de la Luz Bringas. ¿Quieres ver una vieja casa de adobe? Camina a Oso 52.

O quizá lo que tú necesitas es pachanga. Entonces espérate al primer domingo de marzo, día de la fiesta patronal. Después de las mañanitas a Santo Tomás, puro talento local: recorrido de banda y chinelos, actos circenses de Dylan Borjas, las baladas de Erika María (“la voz sutil que abraza tus recuerdos”), el grupo versátil Syboney, la lucha libre callejera con los polémicos réferis Volován y Pollo, la banda de rock Smokes, el trovador Andrés Gómez y para cerrar hasta la madrugada, Sonidero Aventurero.

O sea, pura gozadera musical. De preferencia, acude si eres historiador como yo. Pero tú también eres bienvenid@.

 

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